Fue hace unos años, por los campos de Utrera, bajo el puro brillo solar, cuando paré mi bicicleta ante un campo de trigo. Las espigas eran altas y rectas, doradas y producían un extraño sonido cuando la ligera brisa las hacía rozar entre sí, algo así como un chirriar, un crujido sordo, no sé, hay que oírlo. Yo quería hacer una foto del campo de trigo, el dorado de la tierra frente al intenso celeste del cielo. Una foto en dos tonos, no había ni una nube. Fue entonces cuando me percaté de la puerta. Como una revelación. Era una puerta metálica, alargada y horizontal. ¿Qué hacía allí una puerta? ¿Qué pretendía contener? Si además no había vallado. Era simplemente una puerta de barrotes relucientes, nueva, como recién puesta. ¿Qué sentido tenía? Me estropeaba la foto, rompía mi idea de representar la textura dorada de las espigas de trigo frente al cielo liso. No, allí, en medio de la foto, aquella incómoda puerta. Sus barrotes relucientes cortaban el trigal. ¿Acaso hay algo más pretensioso? ¿Una puerta a dónde? ¿Acaso la naturaleza, aquel trigal dorado y seco, aquel cielo intenso celeste podrían contenerse, delimitarse? ¿Acaso la puerta podría impedirme la mirada, podría parar el sonido del crujir de las espigas? Fue así, tal como lo cuento. Así despertó en mí la idea: No se le pueden poner puertas al campo.
Estuve un tiempo buscando puertas viejas, engullidas por la naturaleza. Verjas pobladas de hiedra, puertas de madera atrapadas por hierbas, líquenes alojados en maderos desechos que antaño fueron puertas. La naturaleza creciendo sobre las ruinas de lo habitado. Y de las imágenes pasé a las palabras. De ellas surgió este poema que hoy ve la luz, compuesto hace dos años, en la desescalada, cuando la naturaleza se abría paso en los caminos no transitados en los meses de confinamiento.
La revista Saigón 33 le ha dado luz, lo ha publicado. Podéis encontrarlo en la página 17, acompañado de una ilustración de Clara Gómez Campos que me ha encantado. Se trata de la casa de Baba Yagá. Me encanta la mitología. Por si no conocéis la historia aportaré algunos datos. Baba Yagá es una bruja muy popular que se desplaza por toda Rusia sobre su casa que tiene dos enormes patas de gallina. Baba Yagá tiene dos piernas, una normal y la otra que está en los huesos. Una representa al mundo de los vivos y la otra al mundo de los muertos. Un ser que devora niños y decora su casa con cráneos. Una bruja que representa la transformación natural entre la vida y la muerte, la naturaleza misma, lo que no podrá contener ni parar ninguna puerta.
La revista Saigón es producto de la Asociación Cultural Naufragio que promueve la cultura desde la Subbética, al sur de Córdoba y saigonistas son sus soci@s y colaboradores. La publicación es muy cuidada y el resultado muy estético. No os digo más. Podéis acceder a ella a través del siguiente enlace:
Como ya he dicho podéis encontrar mi poema en la página 17, pero además os animo a leer el resto. Despido la entrada con la imagen de un trigal sin puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario